miércoles, 30 de noviembre de 2016

Noviembre.

Noviembre siempre me deja con los pies congelados a pesar de los calcetines de lana y con la última palabra en los labios de ese color burdeos que se apropia de boquillas de cerveza en los bares dejando huellas que no salen con agua.
Este noviembre se ha vestido de gala para dar la bienvenida al frío que se cuela entre las sábanas, invitándote a bailar cualquier melodía de piano al ritmo de las hojas cayendo de las ramas o a soñar durante esos cinco minutos más y me levanto de todas las mañanas.
Noviembre huele a esa lluvia fina que te empaña las gafas de ver el lado bueno de las cosas, a café recién hecho cuando las calles todavía no han abierto los ojos, a estresarnos porque hay que darle la bienvenida adelantada a la navidad antes de despedirnos de halloween.
Este noviembre ha sabido a rollos de canela por diez coronas los viernes, a copos de nieve que cubrían de blanco inseguridades, a comida de tupper cuando llegas a tiempo para perderlo.
Noviembre siempre me deja con los pies congelados y las cosas claras.