Cuando me enfado, me gustaría ser más como el mar. Cuando el mar está enfadado, se eleva como queriendo atrapar las nubes, y ruge, como te rugen las tripas cuando tienes hambre pero mucho más bonito. Cuando el mar se enfada es un poco más libre y menos esclavo de sí mismo, y te deja ese sabor salado en los labios del tequila con limón.
Me dijeron que los pequeños acantilados de la playa de Laxe, en Galicia, fueron utilizados para deshacerse de botellas de cristal sin mensajes que quisieran ser encontrados. Un día, el mar debió enfadarse tanto al recibir tanta basura, que decidió pulir cada trozo de cristal que le arrojaban y devolvérselo a quienes habían depositado allí aquello que ya no querían, dejando los cristales en la orilla de la playa. Así creó, sin quererlo, la Playa de los Cristales, como quien pretende castigar a un niño regalándole un helado.
Si cuando me enfadase fuese un poco más como el mar, crearía destellos verdes y azules al elevarme y rugir y rompería mis propias cadenas. Quizás entonces olvidaría que ya no me gusta el sabor del tequila, y bebería un chupito o dos con tal de sentir en mis labios el sabor salado de la libertad del mar cuando se enfada y decide castigarnos transformando los desechos en arte.