jueves, 9 de julio de 2015

Crash.

Las mariposas en el estómago son para cuentos de príncipes y princesas, pero nosotros fuimos más de historias de desastres, de provocarnos terremotos por dentro y aguantar la compostura como oficinistas trajeados después de nueve horas de trabajo.
A ratos fuimos de quererlo todo al mismo tiempo que sabíamos que no tendríamos casi nada, como si fuésemos niños que para elegir sus regalos de navidad marcan todos los juguetes de las revistas. A ratos fuimos de quererlo todo, pero nos olvidamos de que los Reyes Magos no existen.
Nuestro coche se salvaba de todos los baches, pero llega un momento en el que ni las ruedas más fuertes consiguen evitar pincharse, de la misma manera que el hecho de que haya una gran bandera roja ondeando a pie de playa no evita que algún inconsciente creyéndose valiente se ahogue entre las profundidades. Y nos chocamos. Y este accidente no era una escena de una de esas películas donde el protagonista usa sus poderes mentales para retroceder en el tiempo y arreglar sus destrozos.
Nosotros fuimos más de historias de desastres, o quizás solo lo fui yo y te arrastré sin querer, como dos polos distintos de un imán o la interdependencia del yin y el yang. Y en cualquier caso lo siento, como siente Holden haberle contado su historia a todo el mundo en El guardián entre el centeno, como nunca antes lo había sentido. 

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