He visto a la inocencia abrir la puerta y marcharse sin ni siquiera despedirse. No hubo tiempo de gritarle, ni de correr tras ella, ni de esperar a que se arrepintiera y volviese, pero sí de echarla de menos. He visto al miedo bailar con la valentía sin importar sus diferencias, como quien hace que alguien totalmente diferente se convierta en lo más importante de su vida, como poner azúcar y sal en el mismo plato, como quien mezcla violín y guitarra eléctrica en una misma canción.
He conseguido lo imposible, curado lo incurable y encontrado lo invisible, he acariciado a la felicidad, con su nombre y apellidos, con sus cualidades y sus defectos, con la mala suerte persiguiéndonos, pisándonos los talones de principio a fin. La he querido y la he odiado, por hacerme la persona más fuerte del mundo, por hacerme la más débil, por acabar con mis lágrimas y con mi risa, por romperme y reconstruirme continuamente.
Hoy la inocencia ha llamado a mi puerta y me ha preguntado si podía volver. Le he contestado que su huida consiguió que me acostumbrase a la soledad, a la oscuridad, a recordar sin llorar. Pero aún así la he dejado pasar. Porque siempre me hará falta su compañía, porque pase lo que pase siempre tendrá mi puerta abierta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario