Voy a recoger todas las flores del mal de Baudelaire antes de convertirme en esa tormenta que sorprende a las parejas de los parques, que levanta todos los vestidos dejando al descubierto los secretos de quien los lleva, que destapa la verdad que se esconde detrás del maquillaje de sus caras. Porque hoy la
lluvia está harta de que la utilicen para describir días tristes, los
finales se preguntan por qué todos esperan que sean felices, los
domingos se quejan de que nadie les quiera y el café espera el momento en el que dejen de echarle dos cucharadas de azúcar en lugar de disfrutar de su amargor.
Voy a ser como uno de esos actores a los que el director de la película no revela el final del guión hasta la última escena de rodaje, porque no veo el vaso ni lleno ni vacío sino rellenable, no distingo entre filias y fobias y me empiezan a gustar mis errores hasta el punto de no querer renunciar nunca a la equivocación.
Voy a leer mis palabras en medio del silencio, y esta vez lo haré entre líneas, asegurándome de que las canciones no acaban, de que los libros tienen segunda parte, las obras segundos actos y las películas en realidad son sagas. Voy a dejar de perderlo todo y de perderme, a evitar la erupción del Vesubio, a sobrevivir al Apocalipsis.
Hoy voy a pedir un alto el fuego.
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