Trescientos sesenta y cinco,
los días que paso descubriéndome,
encontrándome yendo de bares con el odio y el amor,
invitando al caos a cenar sushi en casa.
Veinte,
los años que me he dedicado a soñar
con prohibiciones bailando con la libertad,
mientras le cierro la puerta en las narices a la razón.
Seis,
el primer número que marcó la responsabilidad
para llamarme y escuchar mi buzón de voz,
mientras estaba en el cine con la felicidad.
Mil
veces me sumerjo entre lápiz y papel,
recorriendo caminos que no llevan a Roma,
yéndome de la mano con las ramas y no por ellas.
Una hora,
lo que tardo en levantarme para ir al baño,
después de un par de cervezas con la ignorancia
y de una larga conversación con la inocencia.
Cincuenta,
las veces que pinto lo que se escribe y escribo lo que se pinta,
que no leo manuales de instrucciones
y abro las ventanas para dejar paso al huracán.
Millones
de veces dándole vueltas a las cosas,
viendo las cosas dando vueltas
y sacando a pasear a mi conciencia.
Innumerables
ocasiones en las que la vida me sonríe
y le digo que cierre la boca para que no le entren moscas,
y pienso en que lo que tenía claro lo he perdido buscando de más.
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